lunes, 9 de julio de 2012

Un fin de semana en la chacra y su árbol de pecanas


Para pasar un fin de semana de maravilla no hace falta gran cosa, ni una fecha especial  nivel nacional, como fiestas patrias o cualquier feriado largo. hace falta ser sencillo, tener gusto por la naturaleza, acoplarse a costumbres de personas diferentes a ti, pero que comparten los mismos gustos. Lo mejor, estando al lado de la persona que amas y su familia o tu familia. Las chacras tienen su encanto, esa magia que no te explicas cómo, pero te hace pasarla de maravilla.

Nada como estar en el campo, lejos de las combis, los accidentes, el smog, el comercio caníbal y, como ya se sabe, de la selva de cemento. Respirar aire puro y cocinar con leña contemplando gallinas con sus polluelos, árboles cargados de fruta, es una de las cosas que más te relajan.

La fecha: el cumpleaños del cuñado de mi novia, el popular Rojas. El deseo del cumpleañero: pasar su onomástico número 43 en la chacra de la tía Felipa, media hora adentro de la ciudad de Huaral, ubicada ésta a dos horas de Lima. Rojas no quiso fiesta o ponerse a tomar con los amigotes. Quiso, en buena hora, ir a la chacra de la tía Felipa.

Mi novia Lola me dijo del viajecito unos días antes y yo, maravillado, estaba más entusiasmado que si me dijera vamos a ir a Miami. La vida al lado de la naturaleza siempre me ha gustado. Iban a ir sus papás, sus hermanas Desiré,  Jessenia con su esposo, el cumpleañero Rojas y la hija de ellos, Alicia. También su hermano mayor Koqui, ella y yo.

De noche la chacra es totalmente oscura, llegamos en los carros de su familia como a las 8 de la noche y no se veía absolutamente nada, Pero en medio de esa obscuridad respirabas rico a tranquilidad, paz, armonía, creo que eso es lo que cualquier ser humano quiere.

La amabilidad y alegría con que nos recibió la tía Felipa, una mujer de más o menos 80 años,  no tiene comparación. Su rostro, marcado con las huellas de la vida y los años, denotaba pureza y desinterés total. Nos acomodaba sillas, mesas, nos ofrecía una y otra cosa siempre con una sonrisa en su cara. No sabía qué hacer para que nos sintamos cómodos. En la chacra no hay televisión plasma o Internet, y en buena hora, sino no se diferenciaría de la Lima gris.

Faltó Azúcar
Faltó azúcar para el lonche, tuvimos que salir ayudados de una linterna y caminar a oscuras media hora para llegar a la tiendita más próxima. Un caminito angosto y al costado riachuelos con un sonido a naturaleza nos acompañó. Animales como chanchos, caballos, etc. se dejan escuchar y es una maravilla por la paz que sientes.

Fuimos con mi novia, su hermana Jessenia, el cumpleañero Rojas, y yo. El ir a la tienda fue en realidad un paseo de una hora entre ida y vuelta, por los campos de esas chacras. Bromas, risas, historias de amor de las dos parejas, anécdotas graciosas, tropezones debido a la oscuridad, hacen sentirse de lo más rico.

Al llegar a casa, a tomar el lonche en tazas de loza y de fierro enlozado, la cual agarré yo porque me recordaba a mi abuela que criaba seis nietos, y para ellos, que ya habían roto como 17 tazas de loza, lo mejor que dispuso mi abuela fue vajilla de fierro enlozado para que no vuelvan a romper tasas o platos.

Rico el lonche en la mesa de la tía Felipa. El papá de mi novia a la cabeza, la mamá puro risas de los comentarios graciosos y, con los ojos nipones que tiene, con la risa era como si se le escondieran. Para matar la noche, nada como un juego de mesa familiar participando grandes y chicos.

Al lado mío no solo estaba mi novia, sino también su sobrina Alicia. No sé por qué se me ha pegado, pero su sonrisa y su cariño que siempre me regala me hace sentir mejor con mi novia. A lo mejor son las bromas que siempre nos hacemos con Alicia, ella de 10 años y yo de 36.

La dormida es otra experiencia, la tía sacó no sé cuántos colchones de paja, más los inflables que llevaron y una carpa, nos acomodamos todos en la sala, con risas y pedos que provocaban más risas.

La serenata de los Teletubbies 
-¿Corazón, qué hora es?- le pregunté a Lola en voz bajita para no despertar a los que creíamos que ya estaban durmiendo.
-No sé, por qué- contestó ella
-Para saludarle a Rojas a las 12. Dile a Dessiré.
Luego escuché que Lola llamaba a Dessiré y ella contestó “quéeeeeee…..” como quien dice déjenme dormir!!! Eso provocó risas hasta a la misma Dessiré, que por ponerla de buen humor aceptó saludar a Rojitas.

A las doce nos paramos los tres, yo estaba listo para cantar el Happy Birthay, pero total empezaron Estas son las mañanitas, que cantaba el Rey David… Lo peor es que no me sé la letra. Como los tres cantamos en pijama o buzo bautizaron a nuestra hazaña como “La serenata de los tele tubbbies”.

Me quedé dormido rico, agarrando la mano de la mujer que amo.

A las cuatro de la mañana es imposible seguir durmiendo. Los gallos empiezan a cantar, las gallinas a cacarear, los polluelos a hacer pío pío, uno que otro perro ladra afuera, los demás roncan, el sueño se va. Parece mentira, pero disfrutas.

Rico amanecer
El desayuno del día siguiente fue chocolate preparado a leña y panetón con mantequilla que llevó la mamá de lola. Luego, a pasear. Fuimos a la chacra de otra tía. Es increíble cómo nos reciben tan alegres. Comimos chirimoyas, pacae, higos, guayabas dulces, todo directamente de su planta.

Ahí nos regalaron dos damajuanas de vino súper natural, preparados por el mismo tío de mi novia. Tanto paseo nos llamaron porque en el carro que andábamos estaba la parrilla para el almuerzo, la paz se fue por un momento debido a las gritadas que recibimos por llevarnos la parrilla, así que media vuelta.

Para el almuerzo la tía Felipa agarró una de sus gallinas gordas y de aproximadamente dos años de edad. Jessenia lavó las tripas con entusiasmo porque le encantaba eso en el caldo. Lola y yo nos encargamos de la parrilla porque fue pollo canga, un plato típico de la selva que una vez reparé en casa de ella y al parecer les gustó.

Lo malo, para Jessenia, fue que la tripa de la gallina me tocó a mí, y yo sin saber eso la había saboreado porque desde niño no comía esa delicia. Cuando comenté que estuvo rica, Jesenia me miró diciéndome en tono enfático “¡Era para mí! ¡Yo la lavé para mí! Y todos jajaja.

Acabado el almuerzo, nos acabamos una damajuana de ese vino tan rico y súper natural. Full bromas, vacilando a todo el mundo.  Como yo era el más alto, mi novia me servía el doble que a los demás arguyendo que todo es proporcional. A más de uno movió la cabeza ese trago, pero… diez minutos y se va la resaca. ¡Excelente!

Luego de eso, a realizar la tradición que ya me había contado Lola: cosechar pecanas. O en términos huaralinos, a “pañar” pecanas.

A "pañar" Pecanas
El árbol de la pecana puede llegar a medir hasta 30 metros de altura, según indagué en Internet. El que había en la chacra de la tía Felipe habrá medido unos 20 metros, con gruesas ramas y un acceso de nivel medio. 


Subimos mi novia y yo. Le dije a Lola que si podía subir en falda, me mandó a la... Arriba estaba entusiasmado, me revivió mi niñez de la selva que trepaba árboles. Tenía ganas de hacer equilibrio como siempre lo hago, pero esta vez en las ramas de ese gigantesco árbol. De miedo a que me griten no lo hice. Nos quedamos ahí por media hora. Debería haber una hamaca en la cima de ese árbol, no caería nada mal una siesta a esa altura.

Cuando yo tuve el palo con que agitábamos las ramas, mi novia me dijo "Lalo, dame el palo”, y su hermano mayor que estaba abajo recogiendo pecanas le dijo “oie, china, cásate primero, después le pides el palo”, y vino más risas, jajaja.

Lo triste de toda salida 
Sin más ni menos, el tiempo avanzó sin piedad, nos dio como las cinco de la tarde. Le cantamos el Happy Birthay a Rojas, todos en coro y sonrientes, en esa casita en medio de cientos de árboles frutales. La clásica, al soplar Rojas la vela, le hundieron la cara en la crema chantillí, y más risas… y obviamente más fotos.

Alistamos las cosas, cargamos sus carros con lo cosechado y vino lo más triste: el regreso. A la tía Felipa la despedí con un gran abrazo impulsado por mi gratitud al inmenso cariño con que me trató. Y fue más rico sentir que también me abrazaba fuerte y me dijera que tengo que regresar otra vez. Fue un pequeño momento de emoción, al menos para mí que me paro emocionando.

El retorno fue de noche, en silencio porque dormíamos todos, adormecidos por el vino y el cansancio, pero con el recuerdo imborrable en la memoria.

La chacra es un buen destino para un fin de semana, y mejor si la pasan al lado de la persona que aman y su familia encantadora.

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